domingo, 3 de octubre de 2010

"¡DAME HIJOS O MUERO!" (1ra. Parte)


El avivamiento es imperativo porque las compuertas del infierno se han abierto sobre esta degenerada generación.
Necesitamos (y decimos que queremos) avivamiento. Sin embargo, los cristianos elegantes y superficiales del presente quisieran el Cielo abierto y el avivamiento servido como por una máquina expendedora de gaseosas.
Pero Dios no ha mecanizado su glorioso poder para adaptarlo a nuestro calendario religioso.
Para atraer el mover del Espíritu Santo, NO BASTA una iglesia evangélica, basada en la Biblia, con fuerte poder económico, construcción grande y sólida y abundancia de miembros. NO, no basta. Amados, créanme, tenemos miles de iglesias así alrededor del mundo.
Una señorita de catorce años y un joven de la misma edad pueden ser padres y hasta pueden estar casados legalmente, pero, ¿justifica esto el engendrar? ¿Tendrán la madurez suficiente para criar? ¿Tendrán seguridad financiera para cubrir las necesidades?
¿Son mentalmente maduros para guiar ese niño en el camino que debe andar?
El avivamiento moriría en una semana en algunas de nuestras iglesias "bíblicas", pues, ¿Dónde están las madres en Israel para cuidar a los recién nacidos?
¿Cuántos de nuestros creyentes son capaces de guiar un alma de las tinieblas a la luz de Cristo? Algunos llevan 10, 20 y hasta 30 años sin poder ganar ni a sus familiares directos.
Sería tan lógico tener nacimientos espirituales en la condición en que están algunas iglesias como poner un bebé en manos de un retrasado mental.
El nacimiento de un hijo natural es precedido por meses de carga y días de dolor. Así es el nacimiento de un hijo espiritual.
Jesús oró por Su Iglesia, pero para lograr su
nacimiento espiritual se entregó a la muerte.
Pablo oraba "noche y día... con vehemencia" por la iglesia; y además estaba con dolores de parto por los pecadores.
Fue "Cuando Sión estuvo de parto que engendró hijos."
Aun cuando los predicadores claman semana tras semana: "Tenéis que nacer otra vez," ¿cuántos pueden decir con Pablo: "Aunque tuviereis diez mil ayos en Cristo, no tenéis muchos padres, pues yo os engendré en Cristo Jesús por la palabra verdadera del Evangelio"?
Si durante el último siglo los alumbramientos físicos hubieran sido tan escasos como los nacimientos espirituales, la raza humana casi se habría extinguido.
"Debemos orar para vivir la vida cristiana,"
decimos; cuando la verdad es que debemos vivir
la vida cristiana para orar.
Un amigo pastor me dijo: "Es cierto, hermano, ahora no oro tanto como lo hacía antes, pero el Señor comprende…" ¡Ay! ¡El comprende!… pero no nos excusa por estar más ocupados que lo que El quiere que estemos.
Es verdad que la ciencia ha aliviado algunos de los sufrimientos que nuestras madres conocieron al dar hijos al mundo, pero la ciencia nunca podrá acortar los largos meses de embarazo.
Del mismo modo, nosotros los predicadores hemos hallado medios más fáciles de conseguir que la gente venga al altar para salvación o para ser llenos del Espíritu Santo.
Para la salvación se permite a la gente que sólo levante la mano, y "listo," los gemidos al pie del altar son eliminados.
Para ser llenos del Espíritu Santo -se dice a la gente- "solo ponte de pie donde estás y el evangelista orará por ti y serás lleno."
¡Qué vergüenza! Hermano, antes que el milagro tenga lugar, verdadero avivamiento y nacimiento de almas todavía demandan dolores de parto.
La venida de un bebé al mundo incomoda el cuerpo de la madre. Así el crecimiento del "cuerpo" de un avivamiento y la agonía de intercesión incomoda la iglesia.
La futura madre siente más y más la carga a medida que se acerca el tiempo del nacimiento ( a menudo pasando horas de desvelos y lágrimas.) Así, las lámparas del santuario han de quemar a medianoche mientras intercesores angustiados derraman sus almas cargando la iniquidad de una nación.
La futura madre, a menudo, pierde el deseo de comer, y por amor al que ha de nacer se niega ciertas cosas. Así, la negación de comida y un amor que consume se apodera de los creyentes, que se avergüenzan de la esterilidad de la iglesia.
Cuando las mujeres están embarazadas, a medida que se acerca el alumbramiento, se ocultan de las miradas públicas. (Así, por lo menos, lo solían hacer.) Del mismo modo, los que conocen dolores de parto en el alma se ocultan de la publicidad, de las relaciones públicas, de los protocolos y buscan el rostro del Dios santo.

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